La plena floración del olivo suele producirse a finales del mes de mayo y principio de junio, aunque varía sensiblemente debido a las condiciones climáticas.
Pequeños ramilletes de flores blancas agrupadas en racimos en forma de panícula (agrupación en torno a un eje central) visten por completo los olivos, emitiendo a la atmósfera el polen del olivo, siendo el aire, los pequeños insectos y el azar los encargados de producir el encuentro entre un grano de polen y el estigma de una flor femenina.
La proximidad de los olivos y la plantación de distintas variedades facilitan el mecanismo de polinización cruzada, asegurando así un mecanismo común entre las plantas.
Cuando una flor es fecundada, se formará un nuevo embrión o semilla que crecerá y se verá envuelta por el fruto o aceituna, iniciando su crecimiento.
Las flores son llamadas ‘muestra’ o ‘trama’, y aparecen sobre los brotes nuevos que emitió el olivo el año anterior. De ahí la importancia del cuidado en la futura recogida de aceituna, pues un maltrato del árbol provocará una disminución de la cosecha del año siguiente.
La intensidad de la floración o ‘muestra’ es una expresión de la situación que el olivo ha experimentado durante el año, y atenderá al volumen de cosecha de la campaña pasada, presencia de agua en el suelo, nutrientes, temperaturas, intensidad de las podas, etc. Por lo que un correcto cuidado y control agronómico asegurará en gran medida una correcta floración y por lo tanto una cosecha adecuada.
Este periodo de floración supondrá para el olivo un gran esfuerzo y conllevará un gran consumo de nutrientes, y a pesar de todo, muy pocas serán las flores que queden fecundadas y que pasarán a convertirse en aceitunas. Entre un uno y un dos por ciento de todas las flores llegarán a ser aceitunas, las cuáles, nos darán el oro líquido de nuestra tierra, el Aceite de Oliva Virgen Extra.